sábado, 7 de diciembre de 2013

DETRÁS DE LAS LUCES

Esperanza y desaciertos de un proyecto

Olmos, conocida como la capital del Limón, es un distrito perseverante como su gente, su clima cálido y la hospitalidad de sus ciudadanos, hacen de esta una gran ciudad, que alberga el optimismo de toda una región; un proyecto que ha permanecido en lista de espera desde hace más de ocho décadas pero que hoy es una realidad. El Proyecto Olmos refleja el despertar de una tierra, el futuro de miles de lambayecanos que ven en él una oportunidad de sobresalir.

Hoy ser Olmano significa pertenecer a una gran obra, es sinónimo de progreso y desarrollo; sin embargo no todos los pobladores parecen moverse en la misma dirección. Atisbos de disconformidad sobresalen de las miradas de los antiguos Olmanos, agricultores que viven en la zona de esta gran obra y que no quieren perder el sosiego de su vida y el horizonte mágico que encierra las pampas de Olmos, pero la realidad les resulta desfavorable. 

SOMBRAS DEL PROYECTO

Caminando junto a su animal de carga, un asno cuyo nombre me recordaba un libro, y claro era el mismo apelativo, Platero, encontré a Alejandro, agricultor de la zona cercana al Proyecto Olmos, “Mis dos hijos pequeños le pusieron ese nombre al animal, les gusta leer mucho”, explica mientras seguimos recorriendo el desierto buscando madera, paradójicamente Alejandro ya no es agricultor, ahora se dedica a la recolección como oficio, único sustento de su familia.


Alejandro Riojas Ferroñan es un padre trabajador cuya labor comenzaba desde muy temprano, la crianza de sus animales asociado al ferviente sol de Olmos hacían su tarea agotadora, pero las circunstancias de la vida no son las mejores y él lo sabe; “todo sea por mi esposa y mis hijos”, asegura.
Pan de azúcar, una de las campiñas mas prosperas de Olmos fue su hogar desde hace 25 años, desde su llegada a este lugar las circunstancias adversas siempre lo rodearon, no obstante los deseos de superación y el amor hacia sus prójimos lo inspiraron siempre a tomar las decisiones correctas, determinaciones que sin saberlo, un día marcarían su existencia.

Una mañana, representantes del Proyecto Olmos llegaron a su casa, Alejandro quien tiene un sexto sentido para los problemas vislumbró de que se trataba, las obras de saneamiento del Proyecto habían comenzado y Pan de azúcar ocupaba un sitio privilegiado para la inversión; la charla duró una hora, no existían opciones favorables para él, debía trasladar a su familia a una zona designada por el Programa, lo que hasta entonces era su hogar ya no lo sería más.

“Yo siempre estuve de acuerdo con el Proyecto Olmos, impedir el desarrollo de mi región era como ir en contra de mis propios principios, sin embargo no podía renunciar a otorgarle un futuro a mi familia que era lo que significaba para mi Pan de azúcar, yo no les quise dar el sí para que hagan su negocio a su antojo y ellos se marcharon sin darme una respuesta”, dice mientras termina un nuevo día de trabajo. Alejandro no advertiría que detrás de ese silencio empezaría su calvario.

CENIZAS DE AÑORANZA

Una profunda nostalgia se apodera de Alejandro cada vez que recuerda su antiguo hogar, el sonido de sus animales y las risas de sus retoños. Desde que fueron trasladados a La Algodonera (campiña de Olmos) sus hijos ya no sonríen, ahora un velo gris cubre sus pequeños rostros, la alegría parece haberse esfumado y con ella el color de la felicidad.

Un domingo trágico, ocurrió todo, “Esperaron a que no haya nadie, yo y mi esposa fuimos a la ciudad y mis hijos al colegio, cuando regresamos encontramos todo destruido”, afirma mientras señala con sus manos lo que antes era su casa, 25 años de trabajo fueron destruidos en unos segundos. De su vivienda solo quedaron cenizas, vestigios de una vida pasada, hoy se dedica a la venta del carbón para sobrevivir y cada vez que observa la madera quemarse pareciera reconocer su hogar y en ella también sus ilusiones. 


“Hoy ya no tenemos recursos, mis animales se murieron, algunos huyeron de sed porque nos enterraron la noria (pozo donde se almacena el agua), ya nos quedamos sin nada”, se queja mientras lo invade un sentimiento de frustración por haber perdido todo. “Ahora estoy con mi familia en la Algodonera, pero esta tierra es muy seca para poder cosechar, yo de mi parte digo que el Proyecto Olmos no está mal, está bien que lo sigan haciendo pero que también nos consideren a nosotros como seres humanos y nos dejen un área para poder trabajar y sembrar”, finaliza Alejandro sabiendo que a pesar de su esfuerzo nada será igual para él y su familia.


DERECHOS VULNERADOS

El problema de los comuneros reubicados en la Algodonera no es un asunto aislado, así como el caso de Alejandro, son 300 las familias  perjudicadas,  reasentadas en lugares peligrosos a las que se les arrebató su dignidad y su afán de vivir.
El Presidente del Instituto INDER, Antropólogo Pedro Alva Mariño precisó que, en efecto este es un hecho donde se han vulnerado completamente los derechos humanos; “Este es un problema que debió resolverse ya!,  esperamos con paciencia pero no se ha hecho absolutamente nada, solicitamos a las autoridades correspondientes que hagan todo lo que este de su parte para encontrar una solución justa y dialogada, para que se restablezca el honor de aquellas familias que han sido mancilladas”, precisó el antropólogo.

Por otro lado La ONG Amnistía Internacional ha seguido esta situación minuciosamente y solicitó al Estado Peruano atender el caso La Algodonera por tratarse de un proceso de desplazamiento forzado y que transgrede radicalmente los derechos de los agricultores.

La Presidenta de la ONG Amnistía Internacional, Diana Zapata, subrayó que el trato que han sufrido los comuneros de Olmos desplazados por el Proyecto Olmos expresa dos situaciones que se mantienen soterradas en la idiosincrasia peruana; por un lado la instancia y por el otro margen el desencuentro entre el estado criollo y las comunidades indígenas. “Una maldición parece perseguir a las tierras comunales pues, cuando están en poder o posesión de las comunidades campesinas, el Estado se niega a realizar proyectos de irrigación, pero una vez que se apropia de las tierras, da luz verde a la ejecución de los proyectos. Así ha sucedido hace 25 años en los casos de PEJEZA (Proyecto Jequetepeque – Zaña) y está sucediendo en la actualidad en el caso del Proyecto Olmos” indicó la funcionaria. 

Seguidamente los comuneros afirman que la confiscación de tierras agrícolas es la raíz de los males que sufren los agricultores de Olmos y en particular los desplazados y sobre lo cual “El Proyecto Olmos, el Gobierno Regional y el Gobierno Nacional no han tomado decisiones de cambio”. 

El caso de Alejandro así como el de muchos comuneros no debe quedar en el olvido, resulta pertinente mitigar cualquier entredicho o disconformidad que se presente en el camino, y así, observar los avances y beneficios del Proyecto Olmos, tanto para el Estado peruano y las empresas inversoras en la región, pero sobre todo, progresos que se reflejen en los pobladores de Olmos y en  aquellos que habitan cerca de esta gran obra.


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