Esperanza y
desaciertos de un proyecto
Olmos, conocida como la capital del Limón, es un distrito
perseverante como su gente, su clima cálido y la hospitalidad de sus ciudadanos,
hacen de esta una gran ciudad, que alberga el optimismo de toda una región; un
proyecto que ha permanecido en lista de espera desde hace más de ocho décadas pero
que hoy es una realidad. El
Proyecto Olmos refleja el despertar de una tierra, el futuro de
miles de lambayecanos que ven en él una oportunidad de sobresalir.
Hoy ser Olmano significa pertenecer a una gran obra, es
sinónimo de progreso y desarrollo; sin embargo no todos los pobladores parecen
moverse en la misma dirección. Atisbos de disconformidad sobresalen de las
miradas de los antiguos Olmanos, agricultores que viven en la zona de esta gran
obra y que no quieren perder el sosiego de su vida y el horizonte mágico que
encierra las pampas de Olmos, pero la realidad les resulta desfavorable.
SOMBRAS DEL
PROYECTO
Caminando junto a su animal de carga, un asno cuyo nombre
me recordaba un libro, y claro era el mismo apelativo, Platero, encontré a
Alejandro, agricultor de la zona cercana al Proyecto Olmos, “Mis dos hijos
pequeños le pusieron ese nombre al animal, les gusta leer mucho”, explica
mientras seguimos recorriendo el desierto buscando madera, paradójicamente Alejandro
ya no es agricultor, ahora se dedica a la recolección como oficio, único
sustento de su familia.
Alejandro Riojas Ferroñan es un padre trabajador cuya labor
comenzaba desde muy temprano, la crianza de sus animales asociado al ferviente
sol de Olmos hacían su tarea agotadora, pero las circunstancias de la vida no
son las mejores y él lo sabe; “todo sea por mi esposa y mis hijos”, asegura.
Pan de azúcar, una de las campiñas mas prosperas de Olmos
fue su hogar desde hace 25 años, desde su llegada a este lugar las
circunstancias adversas siempre lo rodearon, no obstante los deseos de
superación y el amor hacia sus prójimos lo inspiraron siempre a tomar las
decisiones correctas, determinaciones que sin saberlo, un día marcarían su
existencia.
Una mañana, representantes del Proyecto Olmos llegaron a
su casa, Alejandro quien tiene un sexto sentido para los problemas vislumbró de
que se trataba, las obras de saneamiento del Proyecto habían comenzado y Pan de
azúcar ocupaba un sitio privilegiado para la inversión; la charla duró una hora,
no existían opciones favorables para él, debía trasladar a su familia a una
zona designada por el Programa, lo que hasta entonces era su hogar ya no lo sería
más.
“Yo siempre estuve de acuerdo con el Proyecto Olmos, impedir
el desarrollo de mi región era como ir en contra de mis propios principios, sin
embargo no podía renunciar a otorgarle un futuro a mi familia que era lo que
significaba para mi Pan de azúcar, yo no les quise dar el sí para que hagan su
negocio a su antojo y ellos se marcharon sin darme una respuesta”, dice
mientras termina un nuevo día de trabajo. Alejandro no advertiría que detrás de
ese silencio empezaría su calvario.
CENIZAS DE
AÑORANZA
Una profunda nostalgia se apodera de Alejandro cada vez
que recuerda su antiguo hogar, el sonido de sus animales y las risas de sus
retoños. Desde que fueron trasladados a La Algodonera (campiña de Olmos) sus
hijos ya no sonríen, ahora un velo gris cubre sus pequeños rostros, la alegría
parece haberse esfumado y con ella el color de la felicidad.
Un domingo trágico, ocurrió todo, “Esperaron a que no
haya nadie, yo y mi esposa fuimos a la ciudad y mis hijos al colegio, cuando
regresamos encontramos todo destruido”, afirma mientras señala con sus manos lo
que antes era su casa, 25 años de trabajo fueron destruidos en unos segundos.
De su vivienda solo quedaron cenizas, vestigios de una vida pasada, hoy se
dedica a la venta del carbón para sobrevivir y cada vez que observa la madera
quemarse pareciera reconocer su hogar y en ella también sus ilusiones.
“Hoy ya no tenemos recursos, mis animales se murieron,
algunos huyeron de sed porque nos enterraron la noria (pozo donde se almacena
el agua), ya nos quedamos sin nada”, se queja mientras lo invade un sentimiento
de frustración por haber perdido todo. “Ahora estoy con mi familia en la
Algodonera, pero esta tierra es muy seca para poder cosechar, yo de mi parte
digo que el Proyecto Olmos no está mal, está bien que lo sigan haciendo pero
que también nos consideren a nosotros como seres humanos y nos dejen un área
para poder trabajar y sembrar”, finaliza Alejandro sabiendo que a pesar de su
esfuerzo nada será igual para él y su familia.
DERECHOS
VULNERADOS
El problema de los comuneros reubicados en la Algodonera
no es un asunto aislado, así como el caso de Alejandro, son 300 las
familias perjudicadas, reasentadas en lugares peligrosos a las que
se les arrebató su dignidad y su afán de vivir.
El Presidente del Instituto INDER, Antropólogo Pedro Alva
Mariño precisó que, en efecto este es un hecho donde se han vulnerado
completamente los derechos humanos; “Este es un problema que debió
resolverse ya!, esperamos con paciencia
pero no se ha hecho absolutamente nada, solicitamos a las autoridades
correspondientes que hagan todo lo que este de su parte para encontrar una
solución justa y dialogada, para que se restablezca el honor de aquellas
familias que han sido mancilladas”, precisó el antropólogo.
Por otro lado La
ONG Amnistía Internacional ha seguido esta situación minuciosamente y solicitó
al Estado Peruano atender el caso La Algodonera por tratarse de un proceso de
desplazamiento forzado y que transgrede radicalmente los derechos de los
agricultores.
La Presidenta de
la ONG Amnistía Internacional, Diana Zapata, subrayó que el trato que han
sufrido los comuneros de Olmos desplazados por el Proyecto Olmos expresa dos
situaciones que se mantienen soterradas en la idiosincrasia peruana; por un
lado la instancia y por el otro margen el desencuentro entre el estado criollo
y las comunidades indígenas. “Una maldición parece perseguir a las tierras comunales pues, cuando están en poder o
posesión de las comunidades campesinas, el Estado se niega a realizar proyectos
de irrigación, pero una vez que se apropia de las tierras, da luz verde a la
ejecución de los proyectos. Así ha sucedido hace 25 años en los casos de PEJEZA
(Proyecto Jequetepeque – Zaña) y está sucediendo en la actualidad en el caso
del Proyecto Olmos” indicó la funcionaria.
Seguidamente los comuneros
afirman que la confiscación de tierras agrícolas es la raíz de los males que
sufren los agricultores de Olmos y en particular los desplazados y sobre lo
cual “El Proyecto Olmos, el Gobierno Regional y el Gobierno Nacional no han
tomado decisiones de cambio”.
El caso de Alejandro así como el de muchos comuneros no
debe quedar en el olvido,
resulta pertinente mitigar cualquier entredicho o disconformidad que se
presente en el camino, y así, observar los avances y beneficios del Proyecto
Olmos, tanto para el Estado peruano y las empresas inversoras en la región,
pero sobre todo, progresos que se reflejen en los pobladores de Olmos y en aquellos que habitan cerca de esta gran obra.
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